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Notas de Chiapas

  • Foto del escritor: Pierrot
    Pierrot
  • 25 jul 2023
  • 4 Min. de lectura

Observaciones y sentimientos varios que surgieron durante un breve viaje al estado...


I.


Tuxtla Gutiérrez, la capital, es una típica ciudad mexicana. Su diseño es cuadriculado, similar al que encontrarías en pueblos como Coatepec. Las calles son sucias y están mal mantenidas, el cableado y los postes públicos se encargan de asesinar toda belleza que pudiera ocultarse en esta ciudad.


Entre los pocos sitios de interés se encuentra una plaza comercial, sorprendentemente grande, pero que palidece al compararla con los grandes templos del consumo que puedes encontrar en Puebla y en la Ciudad de México.


Aquí probé el "Pozol", una bebida fría elaborada con agua, masa de cacao y canela. Me reservo mis comentarios sobre su sabor.


II.


San Cristóbal, centro turístico por excelencia del estado. Es un asentamiento de limitado tamaño que se encuentra en un curioso y bello espacio espiritual, aquel que se alcanza cuando un pueblo crece demasiado para ser llamado un pueblo, pero no lo suficiente para ser llamado una ciudad.


Los andadores del centro son hermosos y están llenos de cultura, turismo, y de esa magia típica del sur mexicano.


En mis recorridos conocí a un músico japonés que me prestó su djembe. El conocimiento de ambos sobre el tambor era limitado, pero la experiencia que compartimos fue amena. En la música hay comunicación, hay libertad.


III.


San Juan Chamula, pueblo dominado por la cultura Tzotzil. A los habitantes se les suele llamar simplemente "chamulas", término que abarca una variedad de etnias mayas.


Las vestimentas típicas de la región simbolizan jerarquía y capital social en la comunidad. Las faldas de lana usadas por las mujeres pueden incluso superar el costo de los cinco mil pesos.


El pueblo se ve dominado por una iglesia cuya fachada es la de una típica construcción católica, pero cuyo interior esconde un sincretismo asombroso, donde las prácticas prehispánicas y cristianas se aparean y dan a luz a una bizarra cultura religiosa.


A la derecha y a la izquierda del templo puedes encontrar santos católicos, a tus pies hojas de pino que cubren el piso de la iglesia casi en su totalidad. A todo tu alrededor velas que te abrazan al caminar. La gente reza en lenguas indígenas y toma "Pox", un licor atroz derivado de la caña de azúcar y del maíz.


En el templo se practican sacrificios animales, sobre todo de aves. Por desgracia no tuve la oportunidad de presenciar uno.


IV.


Rancho Nuevo, un territorio de diecinueve hectáreas que esconde más de un kilómetro de grutas bajo su verde pasto.


Tras tomar una breve cabalgata, comer una rica comida, y entablar amistad con una perrita, me encaminé a las grutas.


Las formaciones rocosas eran preciosas y variadas; a veces rugosas y agresivas, a veces lisas y afables. Algunas de ellas se plegaban en formas que desafiaban la credulidad, otras parecían derretirse frente a tus ojos, y unas más adoptaban la delicada apariencia del papel.


V.


Chiapa de Corzo, un asentamiento ubicado junto al río Grijalva.


La ciudad vive del turismo que atrae el imponente cañón del sumidero, una formación natural que podría impactar incluso al más indiferente. Sus paredes alcanzan hasta los mil metros de altura y la vegetación da la impresión de que el cañón mismo tiene vida. Un gigante dormido sobre el que nos arrastramos como pequeños parásitos, demasiado insignificantes para perturbar su sueño.


La leyenda cuenta que los indígenas chiapanecos saltaban desde las alturas del cañón para evitar el sometimiento de los conquistadores españoles. Un suicidio romántico, digno de un buen hombre.


Parte del cañón se convirtió en el escudo del estado de Chiapas. Una sección particularmente sugerente donde la curvatura de sus paredes lleva a la imaginación a pensar en la matriz de una mujer, en su poder creador, en la divinidad femenina y en la tiranía de la madre.


Finalizando el recorrido en lancha y habiendo observado cocodrilos, monos araña, y una hidroeléctrica de la CFE, magistral monumento a la era del priismo, retorné a la ciudad. Un local me ofreció una bacha. No la rechacé.


VI.


Hoy me enamoré.


En la mañana tomé un libro, compré una cajetilla de cigarros y caminé, con la intención de llegar al centro de San Cristóbal, lugar que se encontraba a una hora aproximada de mi ubicación.


En el camino pasé por el palacio municipal, edificio que se distingue de los incontables palacios del país por su diseño arquitectónico único y, consecuentemente, por su fealdad, no excesiva pero también bastante única.


Compré un pan, comí, fumé y caminé. Habiendo llegado a mi destino tomé asiento y leí. Perdido en las letras no supe cuánto tiempo pasó a mi alrededor. Cuando llegó el momento de cerrar las páginas retomé mi paso, esta vez sin un rumbo claro.


Tras dar dos o tres vueltas al parque y observar los eventos a mi alrededor, la mayoría mundanos, todos interesantes, me topé con una visión. Sola en una banca se sentaba una mujer, su cabello negro como el abismo, sus ojos, de una profundidad en apariencia infinita, proyectaban una inocente curiosidad que mi corazón no pudo soportar. En su brazo un tatuaje, indescifrable en la fracción de segundo que la observé. En sus pies botas, casi tan negras como su cabello; pesadas, hermosas, botas que ansié pisotearan mi corazón, quebraran mis huesos y se retiraran mientras yo rogaba por más.


Seguí mi camino sin entablar conversación pero la atracción se tornó insoportable al cabo de un par de minutos. Me di la vuelta y regresé a su banca. Cuando llegué ella ya no estaba.


VII.


El Arcotete, un sistema de grutas que se extiende por las alturas y no por las profundidades como lo hacen las grutas de Rancho Nuevo.


Escalé y observé, disfruté el tocar cada roca que pude, el acercarme de forma imprudente a los bordes del camino, el llegar a los puntos más altos posibles.


Dicen que aquel que le teme a las alturas realmente le teme a su deseo reprimido por saltar de ellas.


Llegué a la cima, me acerqué al borde, no sentí miedo alguno.


Me recosté sobre unas piedras y cerré los ojos. Creo que dormí por unos minutos.


VIII.


Comitán, otro pueblo más.


Mi mente divaga y mi cuerpo se rinde ante el peso del ser. Mis recuerdos de este lugar se tornan borrosos, pronto desaparecerán por completo.


La gente fue amable, la comida aceptable, visitar el mirador desde el cual se puede ver el pueblo entero fue una experiencia gratificante.


Conocí dos perros, los llamamos "Pantera" y "Canela". Estaban hambrientos y les dimos algo de pan, aunque no suficiente para saciar su hambre. Creo que nada hubiera bastado para saciar su hambre.


Caí dormido en el camino, recuerdo despertar, ver una banda, mi cuerpo se movió imitando los gestos del baterista, mi mente se volvió a perder.


No recuerdo nada más.

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